Paco Bello.
Iniciativa
Debate. 23.02.2012
No puedo saber lo que ven los demás, ojalá pudiera. Hay veces en
que dadas las circunstancias, no puedo saber ni lo que veo yo mismo. Solo sé
que más allá de percepciones y pálpitos, hoy, en cada esquina se vive una
realidad a la que es muy difícil ser ajeno.
Nos afecte directamente o no, la vivimos. Ahí está el informe de
Cáritas, diciéndonos que somos el país en el que a mayor velocidad crecen las
desigualdades. Ahí están las cifras del desempleo, los ayuntamientos endeudados
después de haber recaudado verdaderas fortunas, los colegios sin calefacción,
las deficiencias en la sanidad pública, las presiones sobre los trabajadores,
el desamparo del que ya no sabe qué hacer. Y también está ahí la otra realidad;
la de las cifras boyantes de los mercaderes de artículos de lujo, los balances
de los bancos, la desafección de la casta política, y la senectud de un sistema
a un paso del purgatorio, pero con una mala salud de hierro.
La gente se levanta por la mañana para cumplir con su rutina;
unos para llegar a tiempo a su puesto de trabajo, y otros para intentar
conseguirlo; otros muchos, casi legión, ni lo uno ni lo otro.
Hoy, según con quien hables, la conversación deriva hacia el
recordatorio del hambre de la posguerra, y la rememorativa de batallas
cotidianas contra la angustia de una época. Recordamos la represión, la
dictadura, las jornadas de sol a sol, la ropa vieja y el arroz con aceite
crudo. Pero no es más que la justificación de nuestra pasividad, de una
situación que alimentamos a base de miedo y de su nihilismo aparejado.
No, y mil veces no. Hoy no es necesario estar así. Para empezar
no arrastramos las consecuencias de una guerra, y tampoco precisamos de una
fuerza laboral inmensa para cultivar la tierra y generar recursos. No es
complicado obtener energía, y disponemos de infraestructuras y medios para
abastecer las necesidades de muchas veces nuestra población en aquello que es
imprescindible. No hagamos el avestruz.
Lo que hay es lo que vemos. Un sistema de clases despótico y
doctrinal que está acabando con todo por la ambición enferma de unos pocos. Lo
sabemos, pero preferimos mirar hacia otro lado. Nos habíamos conformado con
vivir una vida de catálogo en la que a veces por casualidad tocábamos el mundo
real y aquello importante después de jornadas maratonianas dedicadas a lo que
“debíamos” hacer para tener lo necesario y lo que no lo era. Pero nos estábamos
acercando demasiado a ellos, en todos los sentidos, y eso nos podía convertir
en insumisos, así que le han puesto freno. Nunca estuvieron dispuestos a
compartir nada, y casi habría que agradecérselo.
Por querer no sufrir un poco rebelándonos contra nuestro
condicionamiento, vamos a sufrir un mucho. Por miedo a lo desconocido vamos a
vivir una pesadilla. Por querer aferrarnos a un modelo artificial repleto de
superficialidad, no vamos a disfrutar jamás de una vida de verdad. Quizá para
muchos sea muy difícil aceptarlo, pero la felicidad no tiene nada que ver con
comprarse un vehículo o un modelito, ni con consumir, ni con tener más que los
demás, ni con ser servido o agasajado, por mucho que la deformación conductual
provocada por el condicionamiento social haga que eso estimule la generación de
endorfinas. La felicidad en una persona sana y común tiene mucho más que ver
con saber que mañana, si la salud nos lo permite, el día será igual que el de
hoy. Y como hoy, otra vez dormiremos bajo nuestro techo, comeremos,
disfrutaremos de los nuestros y de libertad, de seguridad, y dispondremos de
tiempo para crecer como personas para acabar siendo lo que debemos ser. Y hoy,
es muy difícil estar seguro de todo esto. Primero porque casi nadie lo vive, y
segundo, porque el que tiene la suerte de hacerlo, sabe que peligra su
posición. No hace falta profundizar en ello, pues todos sabemos por qué narices
esto es así, y por qué está ocurriendo.
El sistema y nuestros recursos.
La democracia, decimos, es el menos malo de los sistemas. Muy
cierto, pero ¿alguien lo sabe por experiencia? Quizá lo sepa un ciudadano
suizo, danés, o actualmente aunque por desarrollar, si es que les dejan; los
venezolanos, ecuatorianos, o bolivianos. Pero ¿con qué criterio lo podemos
decir el resto si no lo hemos probado jamás?
Denominar democracia a este engendro liberal, es como llamar
carne a las hamburguesas de seitán o tofu.
Todo regresa en esta cíclica aventura social.
Como el invento de la “democracia liberal” no les salió bien a
la primera, han elegido otro camino para imponerla sin que nos enteremos.
El drama que vivimos está basado en la incapacidad de la
civilización para practicar el recuerdo, para difundir la historia, y para
reforzar la memoria de lo que somos.
Esto que está ocurriendo ya lo vivimos a mediados del S. XIX, y
entonces se solucionó con la unión de la clase obrera, el nacimiento de los
sindicatos, y las revoluciones proletarias.
Hoy no servirán los mismos métodos, las circunstancias han
cambiado radicalmente, y ellos sí recuerdan lo que puso en peligro su
supremacía. La economía real ha sido sustituida por una economía financiera que
opera al margen del mundo material. Los avances en los medios de producción
hacen que la masa laboral no tenga sentido, excepto a nivel residual y con
valor marginal.
Esto no quiere decir que no exista un punto en común con
aquellas movilizaciones; esa coincidencia deberá ser la unión, y por más que
amargue a alguno que se ha tragado el cuento de la lechera: la lucha de clases.
Pero esto no será posible si nos empeñamos en descartar no solo
ya la ideología, sino incluso las definiciones. ¿Quién fue el listo que dijo
que ni izquierda ni derecha y contagió a tanta gente con semejante absurdo?
¿Cómo que ni izquierda ni derecha? ¿Pero saben todos los que
defienden esa neutralidad lo que significan esos conceptos?
Izquierda significa solidaridad, derechos, igualdad, unión,
reflexión, ecología, libertad. Derecha significa todo lo contrario:
individualismo, diferencia, división, egoísmo, plutocracia, represión. Pero hay
quien se empeña en ponerlo todo en el mismo saco porque hay quien dice
representar a la izquierda sin cumplir ninguno de sus principios (o sea, sin
ser de izquierda). Yo soy de izquierdas, y creo que la mayoría de la población
también lo es. Sí hay que posicionarse, porque intentar ser neutro es tan
absurdo como contraproducente. La equidistancia ideológica es imposible, porque
no hay tonos entre antagonistas.
Dicho esto, izquierda no significa sumisión. No significa eludir
alguna opción de lucha, y no tiene mucho que ver con las flores y las manos
blancas. Eso es un invento del propio modelo social para desactivarnos como
amenaza a su hegemonía.
Nos manifestamos, salimos a la calle a recibir palos a diestra y
siniestra, y amenazamos con seguir haciéndolo (recibir) hasta que dimitan
responsables de la barbarie ¿y qué? ¿dimite alguien? Hacemos incluso panfletos
orientando a los manifestantes sobre la mejor posición para defender nuestro
hígado de los porrazos ¿pero esto qué es?
Hay quien dirá que en Grecia no han habido manos al aire ni
flores, y aún así no han logrado nada. Pero allí aún no han dicho la última
palabra, y de partida ya empezaron con ventaja respecto a nosotros. Puede que
estén cerca de ser conscientes de que para dar un paso adelante hace falta
organización y medios. Quizá el día que logren entrar en el Parlamento tras
haber roto los cordones policiales, puedan solucionar una situación creada por no
más de 300 responsables. Esos mismos que han traicionado a la población por
vivir una vida que no les corresponde.
Tanto hemos asumido ese cándido papel de ciudadanía inofensiva,
que ya confundimos violencia con firmeza. No debemos golpear a nadie que no nos
golpee, pero sí debemos cargarnos de determinación. Estos déspotas disfrazados
de demócratas que se sientan en la gran mayoría de escaños saben perfectamente
lo que están haciendo, y el día que vean una marea rodeándoles sabrán lo que
reivindican los que hoy gritan aunque nadie se lo explique. Y no lo sabrán por
ciencia infusa; lo sabrán porque ya lo saben, porque lo que ocurre no es
casual, sino causal, y los únicos que parece que no nos hemos enterado somos
nosotros.
Esto tiene que cambiar. Las manos al aire, las flores y la
inocencia tuvieron su momento, y han sido muy útiles; pero ese momento está
marchito. Ahora parece hasta ridículo seguir permitiendo que se rían de
nosotros. Parece absurdo seguir padeciendo en un mundo que ofrece todas las
posibilidades para dotar de una vida digna a sus más de 6.000 millones de
habitantes.
Por mi parte, no volveré a secundar ni una manifestación más,
que no tenga como objetivo los estudios centrales de los medios de
comunicación, o el propio Parlamento. Y tampoco lo haré si no son para exigir
abrir cauces completos para la participación popular en los asuntos de Estado,
o directamente para el empoderamiento social. No se puede agotar a la población
con reiterativas movilizaciones sin fruto. ¿Dónde están los resultados de tanto
esfuerzo? Cada día que pasa nos recortan más derechos y nos hacen la vida más
difícil.
No es una crítica, yo he participado. Y sí, hemos concienciado a
algunas personas, y sí, la desprogramación de décadas de manipulación no es
sencilla, pero… ¿de verdad creemos que la ciudadanía es tan torpe como para
necesitar una guía? ¿O no participan porque creen que esa no es la solución?
La paz y las buenas palabras son el medio adecuado cuando el
interlocutor al que nos dirigimos entiende nuestro lenguaje, o quiere
entenderlo… pero no es el caso. Y es que cuanto más lo pienso menos imagino a
Ernesto Guevara empuñando una flor.
Puede que me equivoque, y puede que ni esta sea la solución,
pero, no sé las vuestras, pero mis flores ya están marchitas.
PD: Solo puedo añadir al texto de Paco, que además de
suscribirlo como propio, un comentario que él mismo hace sobre un
buen amigo que decía: “siempre hay en los textos mucho más que las palabras que
se escriben, o el tipo de mensaje que se quiera hacer llegar. Siempre va
añadido un trocito del alma”.
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