La idiosincrasia de un pueblo, región o nación se vertebra en el tiempo por la actuación de sus gentes, y en especial de cuanto perciben los ciudadanos y proyectan los protagonistas, dirigentes y representantes sociales de cada ámbito de la vida social, mediante la difusión de sus discursos, intenciones y actos públicos o privados en los medios de comunicación, condicionados en parte por servidumbres en equilibrio responsable ante la sociedad.
Las conductas y pautas de comportamiento de los máximos representantes, ya sean gobernantes o dirigentes hasta el más simple y último colaborador necesario de cualquier organización, colectivo o empresa, pueden ser el reflejo aparente de cuanto se proyecta desde las más altas instancias organizativas.
Los indicios de mimetismo, asoman por multitud de rincones de la sociedad, siendo la norma y costumbre, arraigar la confusión y la tergiversación como modus operandi general.
Usar el avión o el coche oficial para un acto electoral particular o ir de vacaciones, que los legisladores, funcionarios y similares, realicen viajes personales por cuenta de grandes empresas, que empleados y clientes, los que sean, de cualquier organismo, empresa o cualquier comercio y así un largo etc., realicen mordidas de tiempo de trabajo o cualquier producto para su propio y exclusivo beneficio son más que meros indicios de nuestro males de modelo.
Sin duda, las actuaciones miméticas de la generalidad, suponen más que un indicio del grado de inconsciencia de nuestros actos, que en modo alguno suponen, eximente alguno, ni siquiera atenuante, pues se supone, que como seres inteligentes, tenemos el deber con nosotros mismos de ser conscientes y responsables de nuestros principios, valores, conducta y de nuestros actos para con nosotros mismos y los demás.
Renunciar a los propios condicionantes en beneficio de ampliar conocimiento, contrastar y verificar en libertad, leyes, costumbres y normas, diferentes a las de origen, incluso derechos universales, supone poder optar a decidir libremente a mejorar.
El esfuerzo es para siempre desde el momento en que se tiene consciencia de actuar en pleno dominio y conocimiento de la voluntad y los límites a superar. El enemigo está en el fondo de nuestra alma y convive a su aire en nuestro interior, condicionando nuestra libre voluntad, si además no queremos reconocerlo y miramos para otro lado, no tenemos derecho a echar las culpas a otros de cuanto nos suceda.
Estos son los profundos males actuales, y más que seguro, se necesitará más de una generación para que el aire fresco sustituya y limpie el hedor que nos atenaza y nos tiene atrapados por nuestro propio abandono en nuestra única y exclusiva responsabilidad.
Confío, aunque la vida es demasiado breve, en poder disfrutar el alba de la luz del progreso esencial del ser humano.
Las conductas y pautas de comportamiento de los máximos representantes, ya sean gobernantes o dirigentes hasta el más simple y último colaborador necesario de cualquier organización, colectivo o empresa, pueden ser el reflejo aparente de cuanto se proyecta desde las más altas instancias organizativas.
Los indicios de mimetismo, asoman por multitud de rincones de la sociedad, siendo la norma y costumbre, arraigar la confusión y la tergiversación como modus operandi general.
Usar el avión o el coche oficial para un acto electoral particular o ir de vacaciones, que los legisladores, funcionarios y similares, realicen viajes personales por cuenta de grandes empresas, que empleados y clientes, los que sean, de cualquier organismo, empresa o cualquier comercio y así un largo etc., realicen mordidas de tiempo de trabajo o cualquier producto para su propio y exclusivo beneficio son más que meros indicios de nuestro males de modelo.
Sin duda, las actuaciones miméticas de la generalidad, suponen más que un indicio del grado de inconsciencia de nuestros actos, que en modo alguno suponen, eximente alguno, ni siquiera atenuante, pues se supone, que como seres inteligentes, tenemos el deber con nosotros mismos de ser conscientes y responsables de nuestros principios, valores, conducta y de nuestros actos para con nosotros mismos y los demás.
Renunciar a los propios condicionantes en beneficio de ampliar conocimiento, contrastar y verificar en libertad, leyes, costumbres y normas, diferentes a las de origen, incluso derechos universales, supone poder optar a decidir libremente a mejorar.
El esfuerzo es para siempre desde el momento en que se tiene consciencia de actuar en pleno dominio y conocimiento de la voluntad y los límites a superar. El enemigo está en el fondo de nuestra alma y convive a su aire en nuestro interior, condicionando nuestra libre voluntad, si además no queremos reconocerlo y miramos para otro lado, no tenemos derecho a echar las culpas a otros de cuanto nos suceda.
Estos son los profundos males actuales, y más que seguro, se necesitará más de una generación para que el aire fresco sustituya y limpie el hedor que nos atenaza y nos tiene atrapados por nuestro propio abandono en nuestra única y exclusiva responsabilidad.
Confío, aunque la vida es demasiado breve, en poder disfrutar el alba de la luz del progreso esencial del ser humano.
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