19 abril 2012
Por David de Ugarte
Que el capitalismo está en crisis y que esa crisis atiende a la inadecuación de instituciones básicas -como el sistema financiero- ante los cambios tecnológicos, es un hecho. Que, de un modo genérico un gran porcentaje de personas siente que el capitalismo debería «transformarse» o «ser reformado», también.
Sin embargo, hay dos actitudes posibles radicalmente diferentes a partir de ahí:
- Apostar por lo que en la realidad actual es en si mismo vector de cambio. En nuestro caso apostando por la nueva revolución industrial como nueva fase de una evolución hacia la producción distribuida (producción P2P) que disipa las rentas y privilegios en el mercado generando las condiciones de la abundancia en cada vez más campos.
- Imponer restricciones morales a la gestión pretendiendo con ello reorientar el «capitalismo de amigotes» hacia unas nuevas reglas de juego.
No es de extrañar que este segundo camino tenga sus principales representantes en movimientos religiosos cristianos. La idea de que la ética individual, a través de la forma en que se manifiesta en la gestión de las empresas, puede hacer la diferencia en los resultados sociales del sistema económico está profundamente arraigada en el cristianismo popular.
Una versión contemporánea nacida del debate en el seno del luteranismo, sería la «Economía del bien común» difundida por Christian Felber y con cientos de empresas ya auditadas y certificadas. Sus propuestas más conocidas son:
- Prohibir legalmente que unas empresas compren a otras mediante OPAs para permitir que «alcancen su tamaño óptimo» sin temor a ser devoradas por aquellas que gozan de rentas de posición gracias al gigantismo.
- Limitar la diferencia entre el que más cobra y el que menos cobra en la empresa. El más valorado salarialmente podría cobrar «solo» veinte veces más que el que menos cobra.
- Limitar el patrimonio individual máximo -se entiende que de los propietarios- a 10 millones de euros
- Limitar la herencia máxima que podría recibir una persona a 1 millón de euros
- Desarrollar asambleas de trabajadores con poder sobre la gestión en las empresas de más de 250 personas.
Todo ello, naturalmente, acompañado de ventajas fiscales y legales para las empresas certificadas. El pasado día 10, el propio Felber presentaba su argumentación en TV3.(RECOMIENDO VEAN EL VÍDEO)
Otro movimiento relativamente similar, pero nacido en el mundo católico, es el de la «Economía de la Comunión» nacido en el seno de los «focolare» (=«fuego lar» u «hogar (del fuego)»). Sus características propias de gestión, el «método», consiste en dividir el excedente en tres tercios: uno se destinará a capitalizar tanto la empresa como al empresario y a los trabajadores, otro a los necesitados y el último a actividades sociales que fomenten la «cultura del dar».
La economía focolar tiene una doble naturaleza, por un lado es la forma específica de gestión de las empresas que constituyen la estructura económica de la comunidad focolare, incluidas sus pequeñas urbanizaciones como Loppiano (Italia, 220 habitantes) o Lia (Argentina, 220 habitantes); por otro, y cada vez con más frecuencia, se presenta como una alternativa a la «economía capitalista» desde la gestión.
¿De verdad la alternativa nacerá de la gestión?
El sistema económico no es tan sólo una forma de gestión o el resultado de ella. Por el contrario, son la tecnología y las instituciones (empresas, mercado, leyes mercantiles, intervención estatal, etc.) que a partir de lo que la tecnología permite, ordenan la producción social las que marcan los límites de la cultura empresarial. Esos límites han estado, hasta ahora, entre el cooperativismo de gran escala y el discurso de la gestión autoritaria.
Lo que hoy hace posible otro mundo es el desarrollo de la productividad gracias a las tecnologías de información. Es este desarrollo de la productividad el que permite un nuevo nivel de escala que unido a las redes distribuidas elimina barreras de acceso y por tanto disipa las rentas de posición y monopolio, haciendo el capital menos necesario y apuntando hacia un nuevo modo de producción basado en el desarrollo de la abundancia del procomún y la producción de bienes y servicios a escala comunitaria, es decir humana.
No se trata de tener una gestión más compasiva en macroempresas que sigan orientadas a captar rentas extraordinarias (derivadas del estado o su captura, desde la propiedad intelectual a las restricciones de todo tipo a concurrentes «del exterior»). Se trata de dejar de una vez que esas rentas se disipen mientras exploramos y desarrollamos el procomún productivo hasta los límites de la abundancia.
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